Rubén Pérez Correa
Secretario de Organizacion del PCG y miembro del Comité Federal del PCE
Todos podemos estar de acuerdo que desde el desarrollo de las sociedades industriales a finales del siglo XVII las formas de retribución de la actividad laboral humana han ido variando; desde el básico pago en especie, al intercambio de actividades, pasando por el pago por jornal y la forma más elaborada de enajenación de la plusvalía: el salario. Mi abuelo empezó seguramente trabajando por el jornal del día para con el paso de los años tener un salario semanal o mensual. Sin entrar a definir demasiado la teoría del salario que Marx formuló lo que todos tenemos claro que los trabajadores paulatinamente hemos ido sustituyendo viejas formas de retribución por la venta de nuestra fuerza de trabajo a cambio de un salario convenientemente despojado por el capitalista de una plusvalía que asegura la existencia del sistema que lleva casi dos siglos sangrando a la mayor parte de la población del planeta.
Esto es importante que lo tengamos en cuenta en tanto que el salario sale de nuestra fuerza de trabajo, no nos lo regala nadie ni NADIE CREA TRABAJO, mucho menos los empresarios que simplemente a través de la existencia de un capital para invertir (que ha salido a su vez de otros salarios) crea las infraestructuras para que la inversión de ese capital devengue en beneficios, la mayor parte de los cuales sale de la enajenación de una parte importante (en este siglo especialmente brutal) de nuestro trabajo.
Desde que los trabajadores son trabajadores la percepción de que las largas jornadas de trabajo (de más de 16 horas hace poco más de siglo y medio), la pérdida de salud y capacidad física por la penuria de los trabajos, etc... no compensaba en absoluto con las monedas que el capitalista le entregaba al finalizar el día, la semana o el mes. Por eso surge, casi intuitivamente, la sensación colectiva de que EN ESTE TINGLADO LLAMADA SOCIEDAD INDUSTRIAL ALGUIEN SE ESTÁ QUEDANDO CON PARTE DE LO QUE YO TRABAJO. Esa figura; sea llamada capitalista, industrial, inversor o desde que nuestro cerebro está reblandecido por el neoliberalismo llamada EMPRENDEDOR, ha sabido a lo largo de estos siglos que para poder mantener este sistema de explotación necesita varias cosas: la primera que el estado donde se asienta su negocio sea un estado que legisle y ejecute una política acorde con sus intereses, y la segunda, la más importante, que los TRABAJADORES NO SEAN CONSCIENTES EN NINGUN CASO de la potencialidad que la unión de sus intereses frente a los del capitalista.
La primera necesidad a lo largo de los tumultuosos siglos XVII, XVIII, XIX, XX y XXI la han tenido parcialmente cubierta. Los estados se han convertido en formulaciones moldeadas a los intereses del capital nacional primero y del trasnacional después. Los estados europeos se lanzaron a la colonización de África y Asia cuando sus industriales llamaron a las puertas de las chancillerías pidiendo materias primas baratas y salidas ventajosas para las manufacturas que ya abarrotaban los almacenes de una Europa que vivía sus primeras crisis capitalistas. Y fueron los capitalistas europeos y norteamericanos los que vieron en la II Guerra Mundial el alivio a una crisis brutal que arrastraban desde 1929.
El problema es que la segunda necesidad de la oligarquía capitalista no solo implicaba cambios en la infraestructura, es decir en base material de la sociedad que determina la estructura social y su desarrollo: esencialmente las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Implicaba cambios radicales en la superestructura, es decir, en todos los aspectos de la vida social dependientes de la infraestructura. Tenían que conseguir convencer a los trabajadores que las relaciones de producción que determinan las clases sociales eran casi algo natural. Y aquí toparon con el gran atranco del capitalismo; la capacidad de autoorganización de los trabajadores, la conciencia de que sus problemas eran comunes y que su unión en base a intereses colectivos era la gran fuerza que los que pueblan los arrabales del sistema; aquellos que solamente les queda la opción de vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario. De esta percepción y de la mente clara de obreros avanzados nacieron las primeras sociedades obreras que generaron posteriormente las ORGANIZACIONES SINDICALES DE CLASE.
En un primer momento eran organizaciones casi asistenciales, a las que los trabajadores cotizaban para que, por ejemplo, si un obrero moría en el tajo su viuda e hijos percibieran alguna ayuda y no murieran de inanición y miseria. Poco a poco, con organización y análogamente al desarrollo del pensamiento utopista, socialista, anarquista e incluso del obrerismo cristiano, se convirtieron en elaboradas formas de lucha que asestaban importantes zarpazos al corazón del sistema capitalista: LA PLUSVALÍA.
Con los SINDICATOS DE CLASE se consiguieron la desaparición del trabajo infantil en las minas o en los talleres textiles, se estableció la jornada laboral de 8 horas, las mutuas, el derecho a vacaciones, y cientos de derechos de impensable desubicación actual de nuestras condiciones de trabajo.
TODOS Y CADA UNO DE ELLOS, desde el más importante al más ornamental han sido conseguidos con la mejor fórmula de consecución de derechos que hemos tenido desde que el ser humano es un asalariado: LA HUELGA, sea de fábrica, de sector, nacional, provincial.... las mesas de negociación, las concesiones, las seguridades sociales, los subsidios de desempleo han llegado bañados por mareas de movilizaciones, el estado español instauró en pleno franquismo la Seguridad Social ante el miedo al naciente sindicalismo de clase que despertaba de el exterminio de sus cuadros tras la guerra civil. Nada ha sido regalado, no conviene olvidarlo.
Pero a la concesión de derechos el capitalismo supo hábilmente anexar ciertas fórmulas de lo que se llamó a partir del fin de la segunda guerra mundial CAPITALISMO POPULAR. El obrero ya tenía vacaciones, podía comprar coches y lavadoras, tener segunda residencia, los salarios subían, y aunque eran migajas frente a los incrementos del beneficio empresarial, permitían un cierto contento social. El capitalismo crecía imparable y podía limosnear a los trabajadores haciéndoles partícipes de la economía de mercando. Eso si, para que los trabajadores de los países desarrollados viviesen esta fiesta, había que aguárselas a millones de seres humanos en todo el planeta pero especialmente en los países africanos y asiáticos que, previamente descolonizados, quedaban a la buena de Dios y las multinacionales.
LO PRIMERO QUE HICIMOS LOS TRABAJADORES fue dejar los sindicatos en manos de lo que llamamos SINDICALISTAS, profesionales de algo no muy definido, porque si los sindicatos los conformábamos trabajadores, no tenía mucho sentido que quien dirigiera el sindicato no tuviese una empresa donde realizara su trabajo. PRIMER ERROR
LOS PARTIDOS DE CLASE que habíamos sido el pilar ideológico del sindicato ideamos un imaginario ideológico en el que los sindicatos eran independientes de correas ideológicas, NO QUERIAMOS QUE FUERAN CORREA DE TRASMISIÓN DEL PARTIDO decíamos, conseguimos que en los 20 años siguientes a la legalización de los sindicatos la línea roja que había unido a trabajadores con sus partidos de clase se rompiera convirtiendo el carácter sociopolítico del sindicato en algo a erradicar. NO SOMOS POLÍTICOS aún dicen en los pasillos algunos dirigentes sindicales. SEGUNDO ERROR
LUEGO esos sindicalistas vieron el sindicato como su puesto de trabajo, con lo que abandonaron los partidos que surtían ideológicamente a las organizaciones sindicales. Abandonaron sus puestos de trabajo y se fueron al calor del despacho del edificio sindical. El sindicado era el pan de sus hijos, la letra de su coche o hipoteca............... Pero a los trabajadores nos pareció bien, porque los liberados eran los que nos hacían todo: nos conseguían la categoría, nos daban cursos de formación con los millones que soltaba la Unión Europea, hasta ya no era necesario hacer asambleas e incluso afiliarse era solo cuando surgía un problema y hacía falta abogado.
En este contexto los sindicatos han sido expresión de lo que hemos querido los trabajadores, no lo olvidemos. Les hemos dicho que sean agentes sociales, que nos permitan endeudarnos hastas las cejas, que flexibilicen nuestro mercado laboral, hasta les recriminamos que no nos dejen trabajar en huelgas generales porque estamos de acuerdo con que los despidos a 20 días se generalicen y las ETT´s vuelvan a aparecer en nuestro mercado laboral como mirlos blancos de la lucha contra el desempleo. No nos olvidemos, SE LO HEMOS PEDIDO NOSOTROS, como dice el cura de mi barrio: POR ACCION U OMISIÓN
Y como MANTRA repetimos cosas muy simbólicas:
Han hecho huelgas si, pero nos molestan cada vez más porque es perder un día de salario o pueden echarme. Además tengo mi derecho al trabajo............Han peleado algunos convenios pero total no se cumplen..............No me consiguen trabajo: dicen algunos...............Los liberados son unos vividores..................Balones fuera............... al tejado del vecino
Y Amancio Ortega, y Diaz Ferrán se frotan las manos y los ojos. Los trabajadores, ellos mismos, los que crearon sus derechos, se los comen y en una digestión brutal los convierten en excremento
Pero tu, amiguete, sigue hablando de piquetes violentos, que es lo que se lleva esta semana. Y de Belén Esteban por cierto, no te olvides que es la tercera fuerza del país
En Berlín, en la tumba de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo hay un monolito que reza DIE TOTEM MANHEN UNS “los muertos nos advierten”. Los miles de muertos que la clase obrera han tenido estos siglos para conseguir derechos deberían advertirnos pero tenemos el volumen del IPOD demasiado alto, o eso o no queremos escuchar nada ni a nadie.